La vida de la escritora no es tan distinta a la de Elisa, su personaje principal, la trabajadora que se desmorona por la presión de la precariedad laboral en la que vive. Elvira, a simple vista, parece que resiste, que sus clases y talleres en bibliotecas municipales y escuelas sobre técnica narrativa le permiten seguir adelante. Porque asegura que de las novelas no vive. Estamos en una cafetería del barrio de Tirso de Molina, en Madrid. Habla sin angustia ni desvelo sobre su vida y de cómo han bajado los anticipos de las editoriales. “¿El futuro? No lo sé. Hay meses que no puedo ni pagar la cuota de autónomos. Al menos espero ganar en otros trabajos el dinero que me permitan seguir publicando los libros que quiero escribir”, reconoce.
lvira es una de las promesas más consistentes en ese paisaje literario que no deja de empeorar las condiciones económicas de sus creadores. “Sería ingenuo pensar que voy a sacar dinero con esto”, cuenta. Es el precio a pagar por pensar en términos de pelotazo comercial. “Me gustaría encontrar lectores, y no me importaría que fueran muchos”, advierte. Frente al bar hay una pequeña librería que enseña bien esos libros que, como los de Elvira, esperan hurgar más allá del bolsillo del lector.
Es la novela del desempleo, de la precariedad, de la desigualdad y la injusticia, camuflados en la instantánea de una ciudad fiel a la imagen de la resignación y la soledad. Cuando dicen Marca España hablan de lo que fotografía este libro, aunque no lo enseñen en los folletos de las ferias de turismo e inversión. Es la cara B de nuestros días, la cara cotidiana que trata de ocultarse y reconocemos en las novelas de Marta Sanz, Isaac Rosa oRosario Izquierdo. Aunque ella reconoce la inspiración deProyectos del pasado (Periférica) de Ana Blandiana y de Belén Gopegui.
Firme en su mirada periférica, la autora investiga las formas y fórmulas de la hecatombe del ladrillismo en uno de los barrios madrileños de clase obrera, Aluche, que florece hace cuatro décadas para recibir a trabajadores de provincia que buscaban en la capital la supervivencia. Pero el progreso social nunca llega. “Tengo la sensación de que la crisis empieza antes de que la anuncien los periódicos. Nuestra generación ya accedió en condiciones precarias al trabajo hace quince años, al finalizar los estudios. La sensación que tenía entonces es que lo que tuvieron mis padres yo ya no lo iba a tener”, recuerda la autora.
Intimidad urbana
A pesar de la intimidad del punto de vista, no es una novela intimista. El personaje habla lo justo de su situación laboral y es desde la imagen de sus devaneos por la ciudad marginal desde donde emerge una figura maltratada. Elvira Navarro ha encontrado la llave de la puerta de acceso al paraíso desolado. “No puedo no escribir de lo que pasa. No niego la posibilidad de que a alguien le pueda ir bien. En este caso, la protagonista ha sido educada en una burguesía y su futuro es de proletariado explotado”, dice. Las expectativas no han acompañado al porvenir.
Elvira Navarro escribe contra el mito de la normalidad, de la locura, del triunfador y del progreso. Su protagonista lo deja ver en una nota en la que apunta sus deseos: “Soy escéptica y espero poco. Me gustaría que me pagaran lo que me deben, que subieran las tarifas de corrección, que no me sobrecargaran de trabajo, que por el número de horas que corrijo pudiera pagar tranquilamente un apartamento para mí sola en el centro, tener un mes de vacaciones y no llevarme un disgusto ni tener que recurrir a mi padre cada vez que se me rompen los cristales de las gafas. Supongo que tendría que ser emprendedora, como dicen los manuales de los cursos para autónomos que he hecho, pero ahora estoy demasiado deprimida y acobardada”.
Como acabamos de leer, la escritora, en su desvelo de las condiciones laborales que asfixian a la clase media, mete el dedo en la empresa editorial. Y aparecen cobros exiguos y con retraso, producción saturada y poco control sobre el producto. Un camino que conduce al ictus a uno de sus personajes secundarios: la editora de la gran empresa para la que trabaja la protagonista se despide. “Nos reunió a los colaboradores y nos dijo que el trabajo la había enfermado”. No hay medicación contra la enfermedad laboral, porque no hay remedio a la explotación.
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