La novela por la que conocimos a Jennifer Egan fue El tiempo es un canalla, ganadora del Pulitzer, una de las mejores novelas norteamericanas de los últimos años, un vertiginoso y zigzagueante viaje a través del caos y la soledad de nuestra época recorrida por los fantasmas de la globalización e internet. Minúscula ha tenido ahora el acierto de recuperar una obra anterior, La torre del homenaje que, probablemente, dentro de poco se volverá de la máxima actualidad, ya que el distinguido director Peter Weir –Master and Commander, El show de Truman, Único testigo, El año que vivimos peligrosamente y tantas otras- se dispone a adaptarla al cine.
Esta novela se estructura en dos historias que avanzan de forma paralela y que, en un primer momento, no pueden resultar más distintas (lo que nos recuerda a una de las mejores novelas de Haruki Murakami: El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas). Por el lado A tenemos a Danny, un joven-no-tan-joven treintañero norteamericano que se traslada a un innominado país centroeuropeo, huyendo de las frustraciones y el vacío de su vida en Nueva York. Allí, su primo Howie, un multimillonario de oscuro pasado, ha comprado un viejo castillo medieval con el objetivo de remodelarlo y convertirlo en una especie de hotel de lujo. No obstante, desde su llegada, todo se a volviendo más extraño. Danny conoce una anciana aristócrata, cuya familia fueron los dueños del castillo durante siglos, que le explica algo del –sangriento- pasado de la fortaleza; tiene extrañas visiones y descubre que Howie (y su familia) son más enigmáticos de lo que parece a primera vista; sufre un gravísimo accidente y se queda aislado, sin conexión a internet ni teléfono en aquel lugar desconocido… si todo esto les suena, no resulta en absoluto sorprendente: buena parte de la trama de La torre del homenaje constituye un explícito y abierto homenaje a la novela gótica, de El castillo de Otranto a Otra vuelta de tuerca de Henry James, pasando por el Drácula de Bram Stoker.
Pero también tenemos la trama B. En toda historia hay un narrador, pero en este caso está especialmente explícito… Nos hallamos en una prisión de máxima seguridad: Egan capta la sorda violencia y la desesperación de la vida carcelaria con la intensidad de la serie de HBO Oz o de La leyenda del indomable. Ray es un recluso condenado por asesinato; por lo tanto, jamás saldrá de allí. En medio de una existencia controlada y ritualizada, una de sus pocas distracciones es asistir a un taller semanal de narrativa, donde los presos, bajo la dirección de una profesora, Holly, por la que siente una poderosa atracción, inventan historias y las relatan a sus compañeros. Y resulta que la historia de Danny es la que Ray, semana a semana, cuenta a sus compañeros, con el objetivo de atraer a Holly hacia él…
La torre del homenaje no posee la amplitud y la ambición de El tiempo es un canalla, pero no por ello deja de destacar las múltiples virtudes de su autora: una prosa ligera y efectiva; una inusual facilidad para crear personajes tridimensionales y tramas multidireccionales; una portentosa imaginación. La torre del homenaje es un thriller (doble) tenso e hipnótico (y metaficcional), lleno de momentos truculentos, sorpresas y misterios. Una novela brillante.
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