viernes, 7 de junio de 2013

Tom Sharpe, escritor de risa... en serio

Tom Sharpe era así: a pesar de su padre, pastor de la iglesia anglicana, de ideas filonazis y trato muy duro con él; de la enfermedad de su madre y de que le enseñaron a ser un niño solitario al que enviaban solo de vacaciones —“era un hombre torturado por sus complicados orígenes”, resume Gloria Gutiérrez, su agente literaria española—, se convirtió en uno de los grandes de la narrativa humorística británica, marcado por la creación del personaje vagamente autobiográfico de Wilt. Una particular personalidad que explica que se afincara hace 18 años en Llafranc, en la Costa Brava catalana, en cuyo domicilio falleció este jueves a los 85 años tras una complicación hija de una diabetes.
“Los primeros documentales que Sharpe ve sobre la actuación de los nazis y los campos de concentración le hacen alejarse de su padre y su estancia en la universidad de Cambridge, donde estudió Historia, tampoco fue placentera: era un pobre entre los adinerados”, puntualiza el periodista Llàtzer Moix, autor de la biografía Wilt soy yo. Conversaciones con Tom Sharpe (2002). Tampoco ayudó el alistamiento de Sharpe en la Royal Navy.
El cóctel dio como resultado un joven, nacido en 1928 en Londres, incómodo con la sociedad inglesa. “No hay nada peor que el gentlemaninglés, deploro esa cultura tan británica del dinero y las apariencias”, manifestó en más de una ocasión. En lo literario, ese pensamiento se tradujo en un autor crítico que revistió sus ataques con un humor franco, directo y a menudo corrosivo.
La inevitable huida le llevó en 1951 de nuevo a Suráfrica, donde ya había vivido de pequeño, hasta los seis años, en Johannesburgo. Ejerció de trabajador social, dio clases en un colegio privado para blancos y luego montó un estudio fotográfico. Fue peor: el racismo le enervó tanto que lo denunció en diversas obras de teatro, por una de las cuales, Natal, en 1961, fue encarcelado en Pietermaritzburg acusado de comunista. Luego fue deportado por actividades antigubernamentales.
En 1963 su vida daría un vuelco. Ejercería hasta 1972 de profesor de Historia en Cambridge. De esa experiencia saldría la inspiración, en forma de crítica al sistema educativo, para crear en 1976 la figura de Wilt, que consolidaría a un escritor tardío que había debutado en 1971 con Reunión tumultuosa.
La fórmula de los libros humorísticos parecía funcionar (“Con los serios no se gana un penique”): Las tribulaciones de Wilt (1979); ¡Ánimo Wilt!(1984) y, entre medio, El bastardo recalcitrante (1978) y Vicios ancestrales (1980), donde carga contra el esnobismo inglés, como enLa gran pesquisa (1977) arremetió contra el engolado mundillo literario. Está en su mejor momento: en inglés vende casi cinco millones de ejemplares. Pero la máquina se bloqueó. “Tiraba mucho, era muy autoexigente; tenía que divertirse leyéndose, y no siempre le ocurría”, recuerda Gutiérrez. Sharpe buscaba un lugar tranquilo para escribir y, por el editor de Sharpe en catalán, Miquel Alzueta, Gutiérrez inspeccionó el hotel Llevant, en la tranquila villa marinera de Llafranc. Lo que desde 1989 empezaron a ser estancias de unos meses acabaron convirtiéndose en residencia permanente cuando se compró una casa, allí donde ayer se planteaban dedicarle una calle y donde el domingo será incinerado tras una ceremonia anglicana. Sus restos serán esparcidos entre Llafranc, Cambridge y Sunderland, de donde era su familia.
Las vistas al mar de Llafranc le ayudaron y el loco profesor reapareció con Wilt no se aclara (2004). Hace tres años cerró la serie con La herencia de Wilt. Desde 2010 estaba con unas memorias.
Sin hablar nunca en catalán o castellano, pasaba el día escribiendo muchas cartas, viendo bastante la televisión inglesa y con su pipa o sus cigarros y su inevitable güisqui, como evoca Gutiérrez. Bebida y tabaco que no dejó a pesar de su delicada salud y un ataque de peritonitis en 2006, intervención que le permitió reforzar su elogios hacia la sanidad española. La dedicatoria de su novela Los Grope en 2009 fue para los médicos que le operaron. Con la crisis, de aquí a un tiempo algún lector quizá pueda considerar que fue una instantánea más de su sardónica mirada.

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