Albert Sánchez Piñol, el autor vivo más traducido de las letras catalanas hoy, derrocha información y rigor histórico en su monumental novela «Victus», la tragedia perfecta
Autor en catalán, con su primera novela escrita en castellano, «Victus. Barcelona 1714» (La Campana), el antropólogo Albert Sánchez Piñol (Barcelona, 1965) está arrasando como un tsunami literario en Cataluña. La novela narra la Guerra de Sucesión española, la primera contienda mundial, que concluye con el apocalíptico asalto a Barcelona. Casi tres siglos después, «Victus» permanece invictus. No le hace sombra ni Grey ni aquella grey de 1714 como el libro más vendido hoy en día en Cataluña. Y eso que la historia desmonta con rigor y valor, en territorio comanche, mito y manipulaciones.
-«Victus» es su primer libro escrito en castellano por usted, que escribe en catalán, y se ha situado invictus en el primer lugar.
-Hay gente que me agradece que haya escrito este libro. Sacarlo ahora no es oportunismo. Yo hice un esfuerzo, precisamente, para no ser oportunista, por publicarlo antes de 2014. Es una novela co un buen ritmo, con picaresca, más allá del mito y de la política.
–¿Exhausto tras estas 600 páginas y otras 200 más que podó?
-Escribir un libro no es como fichar en la oficina. Fue una gestación casi inconsciente durante una década.
–«Victus» cabalga entre ironía y gesta.
–Quería escribir una novela épica, y es tragedia. La picaresca está presente.
–11 de septiembre de 1714, Barcelona, ¿la tragedia perfecta?
–Narrativamente, sí. Los hechos históricos están tan perfectamente documentados que me regalaban la novela.
–¿Qué se manipuló durante la Guerra de Sucesión española?
–Los dos bandos, el catalanismo y el españolismo, intentaron parasitar los hechos históricos para hacerlos a su medida. El catalanismo ha cometido varios pecados, y uno fue ignorar el papel de las clases populares. El 11 de septiembre como día de la nacionalidad catalana solo se instaura a principios del siglo XX. Y la derecha nacionalista estaba en contra. Como era un catalanismo muy esencialista te ocultaba cosas.
–Desenmascárelas.
–Por ejemplo, que el gran defensor de Barcelona, el comandante militar de las tropas barcelonesas y catalanas, era Antonio de Villarroel, un castellano. Al catalanismo esencialista eso no gustó. Y pasó de puntillas. Villarroel nació por accidente en Barcelona; su formación es castellana, no hay giro catalán en él: le llegué a pedir a lingüistas que me buscaran ese giro, y no lo encontraron.
–Villarroel llora al pie de aquel abismo.
–Quien muere defendiendo la capital de los catalanes es un castellano. La tragedia perfecta. Los políticos harán lo que quieran, pero este sí que sufrió la represión del nuevo régimen.
–¿Y Rafael Casanova [asume el poder en esa Barcelona], el «floreado»?
–No. Años después aparece en su bufete de abogados como un hombre amargado -se deduce de sus cartas-, pero no sufrió una represión especial. En cambio, a Villarroel lo enterraron en mazmorras con el agua hasta el ombligo, en Galicia. Sí, sí, menuda tirria le tenían...
–Ya el cainismo por aquellas calendas.
–...A Villarroel y a muchos dirigentes. No sabemos si Casanova tuvo contactos. Renuncié a poner el personaje de Felipe V porque era demasiado caricaturesco de lo loco que estaba. En su vejez iba por palacio en andrajos, con uñas de 30 centímetros, y dormía en ataúdes. Desvariaba. Estaba obsesionado con los catalanes, creía que lo traicionaron.
–«¡Lo contaré todo! Cómo jodieron al general Villarroel, cómo derrotaron nuestras victorias...». ¿Por qué no llevan flores en Barcelona al héroe de aquel Álamo: Villarroel?
–Casanova hizo un papel digno, pero estaba rodeado de tantos héroes que quedó empequeñecido. Es mucho más trágica la última carga de caballería de Villarroel. Es lógico que hagan esa ofrenda a Casanova porque es el capitoste político. Añoro una estatua a Villarroel. Hace unos años, Alfred Bosch, diputado de Esquerra Republicana, escribió una trilogía de novela histórica dedicada a 1714, y Casanova tampoco queda muy bien.
–¿Ve similitudes entre 1714 y 2012?
-Algunas. La más reciente, la manifestación del 11 de septiembre: un giro narrativo. Sí, porque las clases dirigentes catalanas el 10 de septiembre piensan una cosa y el 12 de septiembre tienen otra posición. En 1713 los dirigentes catalanes no querían luchar, sino rendirse ante el avance borbónico y fue la presión popular la que les obligó a cambiar en 1714.
–Dice usted que si preguntan a un barcelonés por Villarroel te envía a una calle.
–Es que se conoce poco. Como episodio histórico es excepcional. El gran ejército de Europa en ese momento era el francés, el más cualificado técnicamente y más eficiente, que iba unido al español: consiguieron resistir trece meses en Barcelona. Y esto se explica porque Villarroel era un gran militar, y entró en simbiosis con una guarnición que luchaba por sus casas. La milicia barcelonesa sí valía defendiendo sus fortificaciones.
–También derriba el mito españolista.
–Hay un revisionismo españolista –por decirlo así– que es bastante penoso. Por ejemplo, decían que las clases dirigentes catalanas manipularon al pueblo para hacer una defensa insensata de Barcelona. Y fue al revés. Los nobles votan en contra de la resistencia, y es la cámara baja, la popular, la que les tira esto para atrás. Algunos te dicen: «Luchaban por la unidad de España». Se puede decir que España murió el 11 de septiembre de 1714 porque después es Castilla.
–Su novela no es de buenos (catalanes) contra malos (catalanes).
–No, porque si hacía eso la novela no tenía ninguna dimensión. Por ejemplo, el encanto de Martí Zuviría [ayudante de Villarroel, consiguió escapar a Viena] es que critica a todos, pero a quien más es a las clases dirigentes catalanas, que no siempre estuvieron a la altura de los acontecimientos. Hay episodios en los que se llega a la traición, y están reflejados como consta en la documentación. He encontrado de él, de Martí, hasta siete citas históricas. Durante el asedio hacía labores dentro y fuera de la ciudad, con el riesgo que comportaba. Era traductor del francés, y de los poquísimos oficiales superiores que consigue llegar a Viena, al exilio, después de la guerra. Un personaje curioso. Las lagunas del historiador son el paraíso del novelista.
–¿El episodio más sangrante?
–Cuando Villarroel ordena que hagan una «salida»: embarca a mil soldados desde Barcelona por la noche, desembarca por detrás de las líneas borbónicas y les atizan un ataque en pinza. Pero tenían que reclutar voluntarios entre el paisanaje catalán. Y los abandonan.
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