La mujer escondida
En una carta que le escribió Charles Dickens aGeorge Eliot en 1858, el primero indicaba ciertasospecha acerca del sexo de la persona que se escondía tras el pseudónimo de Eliot. Dickensexpresaba que, aunque se dirigía al creador de algunas de sus obras favoritas en masculino, ya que este elegía definirse como tal, no podía dejar de notar que su texto estaba lleno de una exquisita verdad y delicadeza. Decía que si estasficciones emocionantes no provenían de la mano de una mujer, creía que ningún hombre ha tenido hasta ahora el arte de hacerse a sí mismo, mentalmente, tan como una mujer, desde el inicio del tiempo.
Desconozco si Dickens sabía entonces, a ciencia cierta, que George Eliot era el nombre literario de Mary Anne Evans. Tal vez sus afirmaciones no eran más que excusas para poder dirigirse con pleno conocimiento de causa a la autora, o puede que realmente reconociera a una pluma femenina tras el seudónimo y pretendía satisfacer su curiosidad. La prosa deEliot no es, ni mucho menos, una prosa asociada a una autora tradicional de su tiempo, en un siglo XIX donde la gran mayoría de las escritoras creaban textos románticos dirigidos a lectoras de igual disposición; sino que se acerca mucho más alrealismo psicológico y social de los grandes escritores masculinos de su tiempo: desde el propio Dickens a otros como Zola en Francia o Pérez Galdós en España. No obstante, es posible que ciertos giros de lenguaje, la insistencia en determinados detalles o su análisis concienzudo del entorno de la familia (un contexto tan propio de la mujer de la época, cuyo núcleo de acción era el hogar) la traicionaran y la terminaran por incluir en ese apartado distinto, lleno de prejuicios para lectores, que pertenece a la mujer escritora.
Claro que entre aquel 1858 y nuestro 2013 ha llovido bastante. Llegaron y se fueron (tal vez) las escritoras que reivindicaban el lenguaje femenino, la libertad de poder usar un idioma emocional y representativo que eliminara tabúes y eufemismos, que pudiera trasladar a palabras el rico vocabulario gestual y sensorial de un sexo que se declaraba lingüísticamente independiente, políticamente orgulloso y que a la vez llevaba al ojo público lo que definía como característico de la feminidad (aquí, por ejemplo, la maternidad se convirtió en el ojo del huracán del nuevo discurso, un centro al que regresar, como un punto en común inamovible). El postmodernismo y la deconstrucción condujeron a la evaluación de este lenguaje femenino con varios filtros, con desconfianza, y finalmente acabamos por llegar a un punto donde la escritora y el escritor contemporáneo pueden confundirse, pueden interpretarse. En un juego de identidades, y como respuesta a las polémicas declaraciones de Naipaul de las que ya hablamos, que defendía el texto literario masculino como texto superior, el periódico británico The Guardian se atrevió en su momento a jugar con sus lectores y los invitó a intentar identificar el sexo de los autores de varios extractos que publicaron en su página web. Fue un juego en el que pocos acertaron.
Y a pesar de esta igualdad, esta equivalencia (por mucho que siga habiendo literaturapara mujeres y literatura para hombres), uno no puede dejar de maravillarse cuando lee a los personajes femeninos de Jonathan Franzen, por ejemplo, que consigue introducirse a profundidades insalvables en la psique de sus mujeres, en toda sucompleja autodestrucción y esperanza y sexualidad ambigua (exactamente la misma compleja autodestrucción y esperanza y sexualidad ambigua de sus personajes masculinos, pero a la vez tan diferente y reconocible). No obstante, la última vez que miré en la Wikipedia, Franzen era hombre (aunque uno no debería fiarse de la Wikipedia, y si no que se lo pregunten a Philip Roth).
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