jueves, 16 de mayo de 2013

Ni ‘El gran Gatsby’ ni Scott Fitzgerald se merecían esto.


Entre los muchos dones que posee la escritura de Scott Fitzgerald está la hondura para describir con frases inolvidables los sentimientos, lirismo lacerante, creación de atmósfera, sobriedad expresiva para retratar la mayor complejidad emocional, poder de sugerencia, una capacidad narrativa que no precisa de adornos. Pero este maravilloso contador de los desastres íntimos, el desasosiego, la pérdida, la autodestrucción, los sueños rotos y el desgaste que provoca el tiempo sigue sin tener suerte cuando el cine se empeña en adaptar su sutil, doloroso e identificable universo.
Cannes ha sido inaugurado con una nueva versión de El gran Gatsby, que tal vez sea la novela más celebérrima de Fitzgerald, aunque no la mejor para mi gusto. A Jay Gatsby, ese hombre enigmático y romántico que creó un imperio para intentar recobrar al amor de su vida, lo encarnó Alan Ladd en una película que no he visto nunca y posteriormente Robert Refford en un retrato académico, mediocre y epidérmico que dirigió Jack Clayton. Ahora lo encarna Leonardo DiCaprio, alguien al que puedes asociar a la imagen que tenemos de Gatsby y que él se esfuerza por dotar de alma.
Pero el director de la historia es el temible Baz Luhrmann, señor al que apasiona ante todo la parafernalia, un lenguaje visual exhibicionista hasta el mareo, incapaz de transmitir sentimientos auténticos, portadorde una estética exuberante y rebuscada al exclusivo servicio de la oquedad. Es el autor de películas tan floridas como tontas, que me irritan particularmente, tituladas Moulin Rouge y Romeo + Julieta y no se le ha ocurrido otra cosa a director tan pinturero y prescindible que encapricharse del intimismo de Fitzgerald y montar una verbena visual que está mucho más preocupada por el despliegue de la cámara que por lo que les ocurre a los personajes, por impactar estéticamente al espectador en vez de conmoverlo con esta historia de amor que no puede tener final feliz.
Luhrmann dispone de un presupuesto fastuoso que derrocha rodando en absurdas tres dimensiones, haciendo una muy costosa reconstrucción del Nueva York de los años veinte, decorando hasta la floritura mansiones palaciegas, filmando fiestas y bailes a ritmo de hip-hop, que a veces combina con música de Gershwin. Es tan vanguardista y tan destroyer que ambientar con jazz el mundo de Fitzgerald le debe de parecer muy antiguo y paleto. Para él lo más cool es plantarle unas gafas negras al espectador y atronarle los oídos con música discotequera para hablarle de la torturada personalidad y las tristes vivencias del soñador Gatsby, la sofisticada y juguetona Daisy Buchanan, el lúcido y concienciado narrador Nick Carraway y las cínicas reglas que rigen el mundo de los muy ricos.
Repito que DiCaprio hace lo que puede para intentar dotar de espíritu a Gatsby. También el inquietante Tobey Maguire y la camaleónica Carey Mulligan, pero el director se encarga en cada aparatosa secuencia de borrar las inquietudes de Fitzgerald. Si este levantara la cabeza se llevaría un susto notable al constatar la superficialidad con la que está tratada la tragedia que él contó en su novela.
A pesar de este arranque tan poco estimulante, la programación del festival invita a la ilusión. Dispone de una sección oficial que va a exhibir las últimas obras de directores de los que puedes esperar mucho, como los estadounidenses Alexander Payne, James Gray, Soderbergh, Jarmusch y los hermanos Coen, el japonés Koreeda, el iraní Farhadi, el italiano Sorrentino, el danés Winding Refn y el polaco Polanski.
Y también es inevitable que te hagas una pregunta desasosegante al plantearte a raíz del cierre de Alta Films cuántas de estas películas podrán ser estrenadas en España. Los distribuidores independientes lo tienen crudo. Se exhibe bastante cine inestrenable en los festivales pero también películas muy atractivas que no pertenecen a las multinacionales, que hemos podido disfrutar en España gracias a los pequeños e independientes distribuidores. Y te asalta el temblor cuando Alta Films nos informó que de 220 salas que exhibían en versión original este tipo de cine ya solo quedan abiertas veintitantas. Habrá que salir de España, como en la época de la siniestra censura franquista, para poder ver determinado cine. Y sé que esto suena a frívolo, cuando mucha gente está emigrando de este país por algo tan acuciante y angustioso como encontrar trabajo. Pero no solo de pan vive el cinéfilo.

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