miércoles, 24 de octubre de 2012

RESEÑA DE QUE LEER


Pasiones Oceánicas: Kate Morton, la australiana más victoriana

Tras “La casa de Riverton” y “El jardín olvidado”, este fenómeno de ventas regresa con su tercer romance gótico, “Las horas distantes” (Suma de Letras), la historia de tres hermanas, un castillo y el misterio que desencadena una carta perdida.
texto ROSEMARY SORENSEN foto RICHARD WHITFIELD
Cuando se supo que la ópera prima de Kate Morton había sido adquirida por un jugoso avance, la joven escritora de Brisbane experimentó una curiosa reacción extracorporal. Fue como si la expresión “más allá de ti mismo” se hiciera literalmente realidad. “Lo viví así, como si aquella circunstancia tan maravillosa le estuviera pasando a otra persona –recuerda–. Conocía ya a otros escritores y sabía que no ganan mucho, que si en toda su vida logran vender un libro al mercado internacional pueden darse con un canto en los dientes, así que fue completamente inesperado”.
The Shifting Fog (“La niebla cambiante”), descrita desdeñosamente por un crítico como “un amor imposible, un servicio numeroso y una amplia variedad de vestidos flapper”, fue publicada en 2007 en Gran Bretaña bajo el nuevo título de La casa de Riverton (los ingleses no podían concebir que algo tan despreciado por ellos como la niebla tuviera connotaciones románticas).
A esta le siguió el año siguiente El jardín olvidado, ambientada de nuevo en Inglaterra y con idénticos “tropos góticos”, tal y como los denomina la autora: un secreto, una mansión que lo alberga, un personaje torturado por la nostalgia y el recuerdo que se dispone a evocarlo, y, especialmente, un leve choque burlón con ese lector que desea verse absorbido por un pasado no necesariamente real.
Tres millones de copias después, cuando se han cumplido cinco años desde que el clamor de la edición internacional la llevara a sentirse fuera de su cuerpo, Morton ha celebrado los 34 años con una tercera novela. Igualmente gótica, Las horas distantes tiene un argumento más retorcido y es la obra de la que hasta el momento se siente más satisfecha, “porque pasamos por tantas cosas juntas”…
Resulta sorprendente pensar que esta elegante mujer, madre de dos niños, esposa de un músico y compositor de jazz, que vive en una bonita casa en los suburbios de Brisbane y es adorada por unos lectores que ansían dejarse llevar por su exuberante prosa, lo haya pasado mal escribiendo esta novela. Morton, cuyo pulido acento es fruto de años de trabajo, no tiene ninguna queja al respecto: por el contrario, se esfuerza en destacar cuán importante es la escritura para ella y la felicidad que le reporta, por más que en el proceso se deje sangre, sudor y lágrimas.
Gótico contemporáneo
La historia sobre cómo Kate Morton se ha convertido en la escritora más famosa y mejor pagada de Australia nos remite al modo en que el mundo editorial está cambiando. Aunque ha habido otros escritores de éxito comercial procedentes de Australia, Morton es la primera que ha creado un filón con lo que ella llama el gótico contemporáneo, una combinación de romance y misterio con una atmósfera de época.
Ella misma reconoce la “feliz puntualidad” que ha regido su carrera hasta el momento, el hecho de que su agente en Sydney, Selwa Anthony, comenzara a mover el manuscrito precisamente cuando los editores buscaban un cambio de ritmo y de dirección, algo que excitara y atrayera a aquellos lectores deseosos de sumergirse y darse el gustazo con una atmosférica novela de misterio.
Aunque ha realizado pequeñas giras por Gran Bretaña y Estados Unidos coincidiendo con la publicación de sus primeras dos novelas, esta tercera la condujo por vez primera a viajar por Australia. Nunca antes sus compatriotas habían tenido la posibilidad de ver y escuchar de cerca a una autora a la que tantos de ellos conocían como lectores. Fue toda una prueba para esta mujer introvertida (aunque entrenada como oradora) que aprovechó cada ocasión de que dispuso para predicar su causa. La causa de la lectura.
“Soy una amante de los libros, una lectora –nos cuenta–. Mi escritura es una extensión de mis lecturas, de ahí vengo. Pretendo capturar la sensación de estar viviendo dentro de una historia. Y todo me importa, me da gran cantidad de placer (y similares tormentos) darle vueltas a la estructura, y obviamente los personajes son el punto de partida del libro. Pero la historia debe verse como un lugar en el que podrías quedarte a vivir”.
De niña, Morton se moría por esas novelas que te atrapan entre sus páginas (“de forma mágica”, lo describe). Muchos de sus libros eran escogidos casi por azar entre las polvorientas estanterías de las tiendas de objetos de segunda mano mientras su madre, vendedora de antigüedades, rebuscaba en el otro extremo del establecimiento. Y aún conserva, en un estante del luminoso salón de su casa, su colección de obras de Enid Blyton en ediciones de los años 1950.
La familia Morton se trasladó bastante durante la infancia de la escritora y sus hermanas. Cuando llegó el momento de comenzar la escuela, se establecieron un tiempo en el puerto fluvial de Maryborough y más tarde en Tamborine Mountain, también en el estado de Queensland, en el interior de la Gold Coast (donde durante muchos años residió la poeta Judith Wright).
En Tamborine conoció a Herbert y Rita Davies, quienes desempeñarían un papel importante en su formación como mujer. Rita, actriz de repertorio, daba clases de drama en el pequeño estudio propiedad de la pareja, y Kate comenzó a tomarlas. Luego pasó a estudiar con Herbert, un nervudo galés que había sido director del departamento de dramas de la BBC en Londres. Los Davies se habían mudado primero a Adelaida y luego a Tamborine Mountain. Kate conoció a Herbert cuando tenía 12 años y mantuvo la relación de amistad durante dos décadas, hasta su muerte con 93 años.
Hay un Herbert en Las horas distantes que rinde homenaje al de la vida real, un personaje amable, divertido y culto que ayuda a la heroína, Edie, en momentos cruciales. Morton incluso prestó al Herbert de ficción un perro como el del Herbert real, pero la opinión de sus editores (“te estás saliendo por la tangente únicamente para tu propio disfrute”) la llevó a prescindir de él (en cualquier caso, la novela está llena de huellas caninas).
En parte porque representaba algo que hacer en aquel solitario lugar, Morton siguió las enseñanzas de Herbert hasta completar el equivalente al curso del londinense Trinity College y ganarse el correspondiente licenciado en oración y drama. “Estaba chapado a la antigua –recuerda la escritora–, pero me fue de gran ayuda. Yo era tímida y me obligaba a ponerme de pie y a hablar de cosas”.
Le fue tan bien, de hecho, que llegó a plantearse una carrera en el mundo de la interpretación y viajó a Londres para realizar un curso de verano sobre obras de Shakespeare en la Royal Academy of Dramatic Art. “Me lo pasé muy bien, y una carrera en la Royal Shakespeare Company hubiera sido la guinda”, recuerda sobre aquellos días en que vivía rodeada por las palabras del Bardo. Pero mientras estaba en Londres surgió la posibilidad de recibir una beca para realizar un máster en la universidad de Queensland. Y primó su lado práctico: “En aquel momento me parecieron unos ingresos dignos de un príncipe. Y fue cuando comencé a escribir”.
En busca de una voz
No tardó en darse cuenta de que aquello que la había fascinado de la interpretación aparecía multiplicado por diez en la escritura: “Y lo podía hacer yo todo por mi cuenta”. Su tesis estuvo dedicada a las novelas de Thomas Hardy, uno de esos autores victorianos a los que tanto admiraba. “Pienso que la gente en sus novelas se parece mucho al modo en que somos a día de hoy. Hay algunas diferencias básicas, pero puedo sentirlos, tocarlos”.
En la UQ conoció a Kim Wilkins, quien escribía novelas de terror cargadas de erotismo y además daba clases de escritura creativa, y pronto se convirtió en otra relación importante para Morton: “Yo sería una profesora horrible, porque no sé cómo funcionan estas cosas. Pero Kim es una de esas personas que saben cómo cuantificarlo. Yo sé dónde acabar el capítulo por intuición, pero ella puede explicarlo en una serie de pasos perfectamente digeribles”.
Morton acudió a las clases que Wilkins daba en lugares como el Queensland Writers Centre “por diversión”, y no dejó de aprender estrategias para desarrollar el siempre vital primer manuscrito. No era publicable, opina, pero sí se trató de la pieza de aprendizaje que debía escribir, que le iba a dar el impulso para continuar. También le dio algo de coraje, aunque la palabra la eche un poco atrás. Gracias a la disciplina que los métodos de Wilkins impusieron a una serie de ideas desligadas hasta conformar una novela coherente, Morton encontró la voz que se ha demostrado tan seductora frente a su agente, los editores y millones de lectores.
Las horas distantes comienza con un prólogo en el que se menciona un relato clásico (y ficticio) titulado La verdadera historia del hombre de barro, escrito por el padre de tres solteronas que viven en el ruinoso castillo de Mildehurst, en Kent. Es entonces cuando la narradora, Edie (a la que Kate reconoce numerosos parecidos con la autora), comienza a relatar su parte de la historia.
“Todo comenzó con una carta –escribe–. Una carta que estuvo perdida durante largo tiempo, esperando durante medio siglo en una saca postal olvidada en el oscuro ático de una mediocre casa de Bermondsey”. Tras comentar el encuentro con esos mensajes y misivas frustrados que de repente “revelan sus secretos”, Edie se ríe de sí misma y se disculpa ante el lector: “Perdóname, me estoy dejando llevar por el romanticismo”.
“No escribo de este modo fruto de una decisión autoconsciente –explica la creadora de Edie–. Es lo que me gusta leer, así que brota de forma natural. Antes de The Shifting Fog había escrito textos bastante malos, y con ese no albergaba expectativas de publicación. Acababa de tener un bebé (Oliver, que ya cuenta 6 años) y, con total honestidad, había perdido la esperanza de ser publicada. Mientras lo escribía solía decirle a Davan, mi marido: ‘Me lo estoy pasando muy bien, pero nadie querrá leer esto. Lo estoy escribiendo para mí’”.
Los motivos por los que el tercer libro ha resultado mucho más dificultoso, menos divertido pero a la vez más gratificante, tienen bastante que ver con el modo en que funciona la industria editorial (con la presión de las fechas de entrega para poner en marcha campañas de marketing a desarrollar con precisión militar), pero también con la personalidad rigurosa y un tanto autoflagelante de la escritora.
Ayer y hoy de una piscina
Las horas distantes
Kate Morton
Suma de Letras
632 págs. 21
Morton acababa de dar a luz a su segundo hijo (Louis, de 3 años ya) cuando la versión editada de su segunda novela, El jardín olvidado, llegó a su correo. “Fue un período de tensión y obligaciones –recuerda–. Todo el mundo me recomendó que no lo hiciera, y no sé por qué seguí adelante, pero me puse una enorme presión encima a la hora de emprender el siguiente libro. Quería aprovechar la ola, me decía a mí misma que podría con todo. Fue una locura, pero en ese momento no me di cuenta”.
El resultado fue que escribió una sinopsis y firmó los contratos sin un elemento crucial del proceso: su corazón no estaba en ello. “Sentía que no funcionaba, que no había feeling, pero pensaba: ‘Eres una profesional, sigue adelante, todo irá bien’”. Morton es una mujer de tez pálida, pero se la ve aún más blanca cuando recuerda esa “época horrible, realmente difícil”. Lo que la rescató fue lo que la había llevado a escribir desde un buen principio. “Doy gracias a Dios por el subconsciente. Porque otra idea se había estado gestando allí. Y debería haberme relajado para que apareciera de forma natural, pero también debía aprender de la experiencia”.
Esa otra idea involucraba a unas hermanas adultas, una de ellas víctima de un amor frustrado en su juventud, y un castillo, el hogar familiar, que era a la vez un nido lleno de amor y una prisión para sus voluntades. Así, los personajes de la novela inicialmente prevista pasaron a la reserva, “fueron criogenizados”, en palabras de Morton. Las hermanas querían ser escuchadas y la autora se mostró encantada de dejarse llevar por ellas y su historia. De hecho, hay un giro final en el argumento que Morton misma sólo descubrió en las últimas fases de escritura. “Es uno de los aspectos más atractivos del proceso, no saber cómo todo va a quedar atado, pero acaba sucediendo”.
Mientras se prepara para nuevas giras de presentación de Las horas distantes, Morton se declara en barbecho, para ella es importante no comenzar a dar vueltas a las mismas ideas. No obstante, tiene algunos planes para una novela ambientada en Australia, no en Inglaterra, que bebería en parte de sus recuerdos sobre la lenta corriente marronosa del río en Maryborough y también del viejo pub de Tamborine Mountain al que sus padres se mudaron recientemente.
“Una de mis partes favoritas es una piscina inmensa de los años 1920 –comenta–. Debió de ser tan espectacular y glamourosa, el lugar al que los ricos del lugar acudían para refrescarse. Pienso en ese batiburrillo de gente con vestidos de época, cuando ahora está todo lleno de barro y no pertenece más que a los patos y las ocas. Es algo que me fascina, porque puedes ver que esa capa del pasado aún sigue ahí”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario