miércoles, 28 de noviembre de 2012

Tres poemas de Eunice Odio



(San José de Costa Rica, 1922 - México, 1974) Poetisa costarricense cuya obra se sitúa en la transición entre el realismo y el vanguardismo, especialmente dentro de la corriente surrealista.
Fue una viajera incansable (Guatemala, El Salvador, México, etc.), en parte llevada de su espíritu inquieto y en parte huyendo de su patria natal por el mutuo desprecio que se prodigaron ella y sus compatriotas.
Recreó en su obra poética la visión plástica de un mundo no siempre feliz, y transmitió en sus versos la misma intensa pasión con que ella vivió sus días. Su riqueza verbal y extremada sensibilidad pueden encontrarse en todos sus poemarios: Los elementos terrestres (1948, premio Centroamericano 15 de Septiembre), Territorio del alba (escrito entre 1946 y 1948 y publicado en 1953), Tránsito de fuego (1957, su mayor logro), Pasto de sueños (1953-1971) yÚltimos poemas (1967-1972).
La voz lírica de Eunice Odio, siempre entregada a cada verso, presenta una evolución patente, en que Tránsito de fuego supone el cenit de toda su obra poética y la raya divisoria de dos etapas bien diferenciadas, desde aquella primera de composiciones más tradicionales. Los ocho poemas que componen Los elementos terrestres son de un erotismo explícito, un canto a la entrega física vivida entre "amado y amada", tema que recrea con ecos léxicos de San Juan de la Cruz, del Cantar de los cantares y otras influencias bíblicas. Su publicación tuvo lugar en Guatemala, ante la indiferencia que se le prodigó en Costa Rica, lo que decidió a Eunice Odio a nacionalizarse guatemalteca.
Su siguiente poemario, publicado esta vez en Argentina, se caracteriza por contener mayores audacias léxicas e imágenes rompedoras y con su pincelada de surrealismo, como aporte de Eunice Odio a la Vanguardia. A partir de 1955 se afincó en México. Se hizo ciudadana mejicana y, salvo algo más de dos años que residió en Estados Unidos, ya no abandonó el país, en el que trabajó como traductora para diversas editoriales y periodista en El Diario de Hoy, además de escribir artículos para revistas literarias de toda parte.
Evolucionó hacia una poesía más difícil si cabe a partir de Pasto de sueños, más metafísica y conceptual, y de poemas más extensos. En Tránsito de fuego practica una inteligencia creadora, capaz de convocar lo nombrado mediante la palabra escrita. Se trata de un largo poema dialogado, dividido en cuatro partes y de carácter alegórico-dramático, a versos indescifrable y hermético.
Rasgos constantes a lo largo de su obra son la importancia que concedió al cuerpo humano -"poesía anatómica" si puede decirse así-, al que veía como un fruto más de la Naturaleza, como un pájaro o una montaña; y en plena Naturaleza mítica sitúa a los personajes, fusionados con el resto de elementos naturales, en un espacio abierto y terrestre, jamás en una habitación, en una casa, en una ciudad.
En los últimos años de su vida alimentó su existencia con el alcohol y una cólera lacerante que la hizo aborrecible a los demás. Murió cuando preparaba las pruebas de corrección de la antología de sus mejores poesías, Territorio del alba y otros poemas, que tuvo edición póstuma el mismo año de su fallecimiento. Dicha edición se cerró con unas notas de pesar de quienes la conocieron, y todos ellos, amigos suyos, hablaban de una mujer de pasión quemante, llena de dolorosa angustia, agresiva, visceral y extraña. No en vano, su muerte acaeció en absoluta soledad, y su cadáver fue hallado en la bañera a los diez días del trance.

Recepción a un amigo

Lo sigo,
lo precedo en la voz
porque tengo,
como el humo en despoblado,
vocación de acuarela.
Eunice Odio
Cuénteme
cómo son ahí las cosas de consumo:
libros,
rosas,
tintineos de golondrina.
Aparte de todo eso
le pregunto
por los mangos geológicos
bordeándolo de pulpa,
y por un río nuevo,
sin mirarlo,
con pueblos de sonido
y longitud de Arcángel.
Dígame algo también sobre el pequeño litoral
donde recientemente el día,
como un celeste animal bifronte,
acampó en dos acuarios
y se llenó de peces.
O si lo recibieron unánimes los árboles
como cuando eligieron a la primera alondra del año
y el día de florecer.
Resúmame ahora que tiemblo
benignamente
detrás de una golondrina,
ahora que me proponen públicamente
para desnudo de mariposa
y estoy como las rosas
desordenando el aire.

Nube y cielo mayor

A los milicianos de dentro y fuera
Porque en España ardía la voz,
Ardía el vientre floral de la mujer
encinta con el mundo,
Ardía la arteria triste desnuda
Ardía el humus conciso de los hombres,
Ardía el húmedo estuario de tu daga
total y coronada.
Porque en España
se cubrían de lujosos cadáveres
los párpados de las muchachas
y el alba cercenada
soñaba con obispos y medusas,
y murmuraba el hombre su cándida estatura
más allá de su muerte conquistada,
Porque en España
Miliciano español
encubierto de escombros doloridos,
y tu cielo veloz acuchillado,
Mientras los enlutados
perdían tu ancha jornada de magnolias,
y revolvían
hasta variarla toda,
la gracia popular de las tahonas,
tú estabas en la época lluviosa de tu sangre,
y tu cuerpo,
en aire de paloma entrecortada,
recorría este suave desorden de ecuadores,
esta fácil ternura de los rostros de América.
Salud
Miliciano Español
a tu frente miliar
y a la turbia excelencia de tu sangre,
Salud a tu mejilla levantada,
Salud
Miliciano Español
Discípulo tatuado
en la cubierta extraña de Guernica,
Salud al espinazo de tu espada,
Porque en España,
cuando los enlutados
pacían en tu dulzor enrojecido,
y comían de tu carne derramada,
tú eras como un ángel escolar
en la esquina del mundo,
como un sol destapado con tu herida,
Salud
Miliciano Español
griterío original de días degollados,
Herida desplomada en las puertas del hombre,
para que el hombre oyera
tu iracunda fragancia
y acogiera
el alto decaer de tu cintura,
el cálido color de tu armonía,
Salud a tu lacónica silueta
melancólico el gesto entre las rocas,
y la mirada envuelta en una lágrima,
Salud
hasta tu corazón más íntimo,
y en tu sudor más íntimo,
y hasta en el dorso
más olvidado de tu hueso,
desordenado y alto,
Salud a esa tu muerte tan desechada,
tu muerte aun húmeda y sola
al socaire del olivo,
Salud
Miliciano Español,
Dinamitero que ardes
con tu boca en amas
y tu fragor al cinto,
Salud hasta en tu niño fusilado
que deslinda su ombligo entre tu frente,
Salud
Miliciano Español
Porque cuando en España
los arzobispos desfondaban a Cristo
y le pateaban el muslo y los dedos largos,
tú estabas con el rostro dividido
y con el sexo lleno de semanas
eternamente oscuras.
Porque cuando los militares de medio rostro
mutilaban la era embarazada
y se masturbaban la mente con un paraguas,
tú estabas cerrado a todas las sangres,
parado sobre todos los asaltos,
y tu cuerpo de suave corola destituida
tenía una voz para tu mismo cuerpo,
Salud
Huésped funeral y hermoso,
Salud
entre tu frente que está al socaire del olivo
aun sola;
porque aún
entre los relojes de los bufetes
y de los tocadores,
los arzobispos y los medios rostros de los traidores,
se masturbaban la mente con un paraguas,
y en tu España,
en la mía,
en la de todos,
aún arde tu cuerpo como un clavel de asalto.
Aquí,
amigo,
Miliciano español
poblado hermano nuestro,
sobre tu corazón de polvo y estampido
nosotros estamos parados al pie de las cosechas,
Sobre lo que parece que se ha roto en el llanto,
Estamos todos,
mostrando el tanto de brillo de una lágrima.
Somos los apasionados magníficos,
los pequeños exaltados
siempre floridos,
los de rostro transitable,
Estamos todos
esperando sobre la piedra erguida,
somos los de dentro y los de fuera,
somos todos los americanos.

Acorde final

Al borde de alegres segadores tiembla el agua,
y ofrece para el orden del labio complacido
dulce rumbo crecido de preñadas mañanas,
y agraria transparencia, dulcemente encendida.
El trigo coronado de apretada espesura,
retiene el desbordado color con que le ordenan
-vecino de la carne- colmarse en primavera.
El ganado decrece tiernamente en lo oscuro
donde dilata el suelo su asombrosa corriente,
y la abeja termina su tránsito de nieve,
y su majada oculta sobre tímidos jaspes.
Y tú, Amado,
que pones rumbo fijo al arado
que circuye la tarde y apresura la rosa,
Dónde tienes el pecho frondoso de raíces,
dónde la sien desnuda sin regazo ni término.
Sobre los pastos suaves, cándidos mayorales
habilitan la uva en que se aloje el vino,
y congregan el clima en que crezca su aroma
y reparta en la lengua manojos de alegría.
Así el verano atiende su reciente hermosura
y sobre el viento solo distribuye sus pájaros.
Así el nácar esparce su quietud y deleite
y su color silvestre reanuda y apacienta.
¡Oh dádivas,
Oh dones terrestres,
Oh suaves alimentos;
Sólo agotar la siembra con el pecho,
Sólo desembocar al gozo y detenerse
Oh piel,
Oh ceniza colmada y balbuciente!

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