El Imbécil es el nuevo Steve Jobs de Carabanchel (Alto), hay un bebé más en casa y su madre, la collejera oficial, es empresaria. Las cosas cambian y los años pasan, pero él, Manolo o Manolito, sigue siendo el personaje más auténtico del «mundo mundial»
La bocina del camión sonaba a las tantas de la madrugada en pleno Carabanchel (Alto). Manolito y su hermano, el Imbécil, sabían que eso significaba dos cosas: la primera, que papá había vuelto a casa, y la segunda, que podrían acabar comiendo huevos fritos como lo haría él. Al día siguiente, si había pasado un espacio de tiempo considerable desde su última visita, Manolo (padre) los medía para comprobar cuánto habían crecido. Si ahora volviese a hacerlo, Manolito mediría, aproximadamente, 150 centímetros.
Porque el niño madrileño más conocido del «mundo mundial», aunque sigue usando «gafotas», ya es casi adolescente, y ha vuelto para deleitarnos con sus historias de héroes anónimos, comunes y terrenales. Los que hacen acrobacias con el monedero para llegar a fin de mes y que todavía sobre algo para ir a la piscina en verano o cenar fuera una vez al mes. El porqué de su regreso es un misterio. Lo que sí tiene muy claro el protagonista es que prefiere que le llamen «Mejor Manolo».
— Ni Manolito sabe por qué ahora la mujer que escribía sobre él ha vuelto a hacerlo. ¿Lo sabe Elvira Lindo?
— Siempre pensé que cuando tuviese tiempo libre, sin nada que hacer, me dedicaría a escribir otro libro del personaje. Y el momento llegó justo inmersos en esta crisis tan desoladora. El humor es un buen tono para contar cosas que de otra manera serían más crudas, más trágicas. Además, es una tradición muy española.
— Nunca se supo su edad exacta. ¿Por qué hacerle crecer?
— Hacerle mayor me permitía sofisticar, complicar su lenguaje. Al aumentarle un poco la edad me permitía que se diese cuenta de algunos problemas que un niño más pequeño no comprendería. Manolito ahora es un poco el responsable de esa familia. Es un buenazo.
— ¿Conoceremos, entonces, a Manolo el universitario, o Manolo el ejecutivo?
— Él tiene una infancia eterna que nunca muere, el tiempo está detenido. Si quisiese un personaje de barrio adulto, crearía otro. Quizá haya más libros... ¿Por qué no?
— ¿Cuando se despidió de Manolito —perdón, Manolo— no sintió que cerrase una etapa?
— En aquel momento no pensé «éste es el último libro que escribo». Cuando tienes un personaje tan popular, la gente piensa que todo está más medido, pero las cosas van surgiendo, te dejas llevar por la propia vida. Yo podría haberme quedado columpiándome en el éxito, pero preferí no hacerlo.
— Esos libros marcaron a una generación, la misma que, posiblemente, devore su nuevo «Manolito». ¿Tiene algún miedo a decepcionar a esos lectores que en estos diez años sí han cambiado?
— Lo cierto es que he tenido muy en mente a esos lectores, una generación que se educó —o maleducó— con él. No para agradarles, sino porque entenderán muchos de los guiños de libros anteriores. Creo que es un libro para fanáticos del personaje, es Manolito al cubo.
— Los incondicionales del personaje seguro que se preguntan: ¿Existe Manolito?
— Soy yo. No es mi realidad exacta, porque mi familia no era esa, pero el carácter, que al final es lo más importante, soy yo. Esa especie de mente neurótica, que le da vueltas a todos, muy observador. Manolito es un niño muy perspicaz, muy preocupado por su barrio, su familia, su posición en el mundo. Además, está muy volcado con la situación económica de su familia. Los García Moreno fueron precursores de la mala situación económica. La gente pensaba: «¡Anda! Los García no pagan las letras del camión», lo veían como un detalle. Pero ahora mucha gente en España está así.
— Ya que habla de su familia, cuéntenos algo más de sus personajes, que también han evolucionado.
— El Imbécil, por ejemplo, es un superdotado tecnológico. Es el Steve Jobs de Carabanchel (Alto). Que se sepa que el talento puede nacer allí donde menos te lo esperas. El rincón de su casa es un Silicon Valley castizo. Me gusta que las cosas no sean lo que parecen. Y ahora ambos tienen una hermanita, la Chirli, que es un pequeño homenaje a una niña prodigio, Shirley Temple, que durante bastante tiempo fue mi perfil en Facebook, pero la red social me lo arrebató por usurpar su personalidad (risas). La niña se llama como su madre, Cata, pero el abuelo la ve un día y dice: «¡Es igual que Shirley Temple!». Pero claro, con «ch». La Chirli. Un americano muy... madrileño.
— ¿Y otras figuras del libro que cobren protagonismo?
— Bernabé, el marido de la Boni. Es un señor muy tonto que dice muchas frases hechas como si nadie las hubiese soltado nunca. Es una pequeña venganza hacia aquellos que siempre sueltan estas muletillas como «lo barato sale caro» y que yo, cada vez que las oigo, me sale un sarpullido.
— Aunque el conocido en el «mundo mundial» es él. Sobre todo gracias a que ha sido traducido al japonés, iraní, ruso, finlandés... ¿Hubo problemas?
— Sí, por ejemplo las collejas fueron criticadas. Y también lo fue que Manolito durmiera con su abuelo, que a mí me parecía lo más normal del mundo. Las familias hemos estado siempre muy juntas.
— Utiliza un lenguaje muy personal. Muy... ¿de barrio?
— Totalmente. Manolito es un niño de barrio. Hay gente que me ha llegado a decir que por la forma de hablar les parecía un niño «macarrilla». A mí no me lo parece para nada. Quiero que le permitan hablar como él habla. De hecho, he puesto una nota al final del libro pidiendo a los lectores que por favor no me escriban diciendo que hay laísmos, que no me regañen. He querido ser fiel al personaje. Quizá si Manolito está unos años más en el sistema educativo se le corrija, pero por Dios, ¡es un niño de barrio de Madrid! No puede no hablar con laísmos (risas).
— Madrileña acogida desde los 12 años, Moratalaz ha sido su barrio. ¿Por qué ambientarlo en Carabanchel?
— Carabanchel... era auténticamente madrileño. Me encantaba el barrio, y que hubiese un Alto y un Bajo me conquistó, me parecía del Oeste. Un lugar protagonista de un buen Western podría llamarse perfectamente Carabanchel Alto.
— La crisis está muy presente en sus páginas
— Está latente. Nunca hay una referencia explícita a la crisis, ni un capítulo. Es una constante, como pasa en España ahora. Se siente que se habla de la crisis porque él, por ejemplo, va a la Puerta del Sol y día tras día hay una manifestación: unos días de funcionarios, otros de otra cosa... Además, tiene una cartilla en Bankia y está muy preocupado (risas).
— Pero trata el tema sin cinismo, sin moralina
— Exacto. Él no es el portavoz de un mensaje, sino que habla de su realidad de una manera espontánea. Por ejemplo, cuando no se sabe si El Orejones (amigo de Manolito) es gay o no, no quería dar mensaje alguno de que el mundo gay es bueno o no, sino su visión, la que es habitual en un niño.
Extracto del libro: «No se me ocurre de dónde ha sacado Yihad que el Orejones es gay porque el Orejones es un niño que tiene su cuarto lleno de pósters de tías y eso está a la vista de cualquiera que tenga ojos. En sus paredes no cabe una tiarraca más. Es entrar y allí las tienes: Lady Gaga, Madonna, Kilye Minogue, o en el ámbito nacional, Mónica Naranjo y Alaska. Es verdad que siempre jugó con Barbies cuando era niño pero si lo hacía era sólo porque siempre ha querido ser diseñador de moda, no porque le gustaran las muñecas en sí».
— Por cierto, no le ha hecho caso: Manolito le pidió que le llamase «mejor Manolo». Pero sigue apostando por el diminutivo...
— Para mí siempre será Manolito. A mí me pasaba lo mismo. En mi familia tengo mil diminutivos, y cuando tenía su edad lo odiaba, me daba mucha rabia. Y ahora me produce nostalgia. Cuando oigo Elvira me parece que alguien se ha enfadado conmigo.
«Tu envejecerás antes que yo», le dice a la reportera al terminar la entrevista, con la certeza de alguien que sabe que en cualquier momento puede volver a ser Manolito. Una infancia eterna que nunca muere.
baiiaa libro uuaapoo me mueraa sus qiieroo
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