viernes, 19 de octubre de 2012

ENTREVISTA A ISABEL ALLENDE


 EL COMPARTIMENTO DE LA ESCRITURA 





Habrá pasado mucho miedo en su vida, y en sus libros la lucha por superarlo es una constante 
Toda mi vida he estado marcada por momentos de mucho miedo, y sobre todo durante la infancia. Mis padres se separaron cuando éramos pequeñas, y en Chile no hay divorcio, así que mi madre regresó a vivir a la casa de sus padres, mis abuelos. Yo me crié en una casa extraña, porque cuando murió mi abuela, mi abuelo declaró duelo. Se vistió de negro completo, se terminaron la música, la alegría, los postres y las flores. La casa entró en luto permanente. Fíjate que mi abuelo incluso pintó sus muebles de negro como parte de ese sentimiento de pérdida. También tenía dos tíos solteros, que inventaron una cosa que se llamaba "los juegos bruscos", que consistían básicamente en torturar a los niños. Eran unos vascos brutísimos, que tenían la idea de que los niños se hacían fuertes mediante el martirio, supongo yo. Yo temía aquellos juegos, pero también a la oscuridad, a los fantasmas, a que apareciera mi padre y nos llevara con él. Supongo que así son los miedos de casi todos los niños, con la diferencia de que el papel de los padres es ahuyentarlos y yo vivía en un lugar donde me inflaban los miedos. La infancia fue una época de terrores, y luego vino todo lo que pasó en Chile, el golpe militar. Todas las cosas horrendas que puedes imaginar. Fue como entrar en una dimensión de la maldad y de la violencia pura. Eso me marcó mucho, mucho. Superar eso, y convertirlo en novela, o convertirlo en parte de la fortaleza de mi propia vida, me costó muchos años. El golpe militar fue en el setenta y tres, y yo escribí mi primera novela en el ochenta y dos. Todos esos años los pasé en silencio, como atrapada en el horror. Me costó todo aquel tiempo superar esta situación, y poder reinventar mi propia vida, y reinventar lo que había ocurrido. La muerte de mi hija fue para mí peor que el golpe militar, mucho peor, y creo que voy a tardar muchos más años todavía en elaborar ese dolor en transformarlo, o convertirlo en algo positivo para mí. Realmente creo que solamente se crece y se aprende con el dolor. La felicidad son sólo chispazos, momentos maravillosos que hay que gozar. Del esfuerzo, del sudor, surge lo mejor de uno mismo. Pero eso no significa que tengamos que azotarnos constantemente. Para eso ya está la vida.

Sus entrevistas dan la impresión de que su trabajo obedece a unos rituales casi religiosos. 

Un poco. Como no soy una persona religiosa, no voy a misa, y como tampoco hago mucha vida social, necesito pequeñas ceremonias Hay rituales en torno a mi trabajo. En mi escritorio siempre hay flores. Y nunca dejo de encender una vela cuando empiezo a escribir, porque siento que así llamo a la inspiración. Como no uso reloj, uso la vela para marcar el tiempo. Esta dura unas seis o siete horas, y ese es el tiempo que suelo escribir al día. Cuando se acaba la vela, se acabó el trabajo. Cualquier escritor o escritora que pasa tanto tiempo solo y en silencio termina por sentir que es un médium. Oye voces, se conecta a niveles muy profundos con la realidad. Se conecta tanto con lo que está haciendo que acaba teniendo visiones, experiencias reveladoras.

¿Cuál ha sido el libro que más le ha costado escribir?

"Paula". El que me salió más fácilmente fue "La casa de los espíritus", porque no tenía ninguna ambición, ninguna expectativa, ni la menor idea de lo que estaba haciendo. Había en el proceso una especie de virginidad, una gran inocencia que nunca más he vuelto a tener.

¿No se toma en serio la literatura? ¿Se ríe de ella?
Trabajo seriamente, pero no la tomo en serio. Cocino seriamente, pico muy bien la cebolla y las lechugas, pero no me tomo la cocina en serio. Y lo mismo hago con la literatura. Escribo meticulosa y pacientemente, pero no creo que la literatura en sí sea nada serio ni importante para nadie. Antes iba a congresos de escritores y oía a los escritores hablar de sí mismos, de su trabajo, de su obra, y me daba vergüenza ajena. Me picaba la piel. Eso de darse autobombo, eso de hablar de sí mismo como de creadores y de su trabajo como la obra… me daba vergüenza. Y no soportaba que se analizaran unos a otros y se echaran flores, eso es vergonzoso. No creo que la literatura sea un fin en sí misma. No creo en el arte por el arte. No tengo ningún respeto por la literatura y la trato con la mínima solemnidad. Para mí, la literatura es una manera mágica de atrapar a alguien por el cuello y decirle: "mira, así estamos, esto es lo que existe".

Si no fuera por las cosas que han sucedido en su vida, el drama, la nostalgia, la tristeza, la alegría, ¿no escribiría?

No sé… he escrito toda mi vida, diarios, cartas, notitas… después me dediqué años al periodismo, hice teatro… siempre como en la periferia de la literatura, dando vueltas, rondando, como un perro. Y por último, ya vieja, a los cuarenta años, empecé a escribir ficción. Pero siempre he sentido esa necesidad de poner por escrito todo lo que pasa, porque es la única manera de ordenar mi vida, me parece que lo que no escribo lo barre el viento. Es importante, aunque sólo sea la carta que escribo a mi madre todos los días. Es como una necesidad. A veces ella me escribe incluso más de una carta al día y es maravilloso porque llevamos así 35 años. En ese rato de la mañana temprano en que me pongo a escribirla, prendo la computadora, abro lo que llamo el compartimento, un espacio de la mente para la escritura, ordeno lo que pasó el día anterior y al ponerlo por escrito, existe. Sé que aunque se me olvide todo hay un armario en Chile donde están acumulados 35 años de cartas a mi madre. O sea, que mi vida realmente existe.

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